Memoria de una historia

  • ¿Cómo escribir unas líneas de un trocito de la memoria que guardamos con alegría, sin dejar escapar algunos suspiros? ¿Cómo no pararse un rato a pensar en aquellos años, aquellos acontecimientos vividos, aquellos procesos vitales, con cierta nostalgia? Este recuerdo de aquellos días, no tiene un matiz negativo, ni melancólico, sino totalmente positivo, ya que para muchos de nosotros, el Centro Juvenil de la Parroquia de San Emilio, ha supuesto mucho en la forja de nuestras vidas, y nos ha ayudado a ser lo que somos. Dios ha querido que así fuera, y sigue construyendo nuestra historia de una manera misteriosa, con una belleza que sobrepasa nuestro entendimiento. Algunos procesos vitales sólo se pueden entender con los ojos de la fe. Hay que saber mirar.
    Para muchos, este grupo supuso en un primer momento un alejamiento de un camino que no llevaba a ninguna parte, un sendero sin futuro, del que probablemente no habría retorno. Para otros, la posibilidad de no encontrarnos con esos caminos. Más tarde , para unos y otros se abría una nueva etapa de conexión con lo que nos rodeaba, de ilusión por participar en un proyecto común: las reuniones de los viernes que tanto nos han ayudado a profundizar en la fe, la limpieza de las salas, la biblioteca en la sala grande, nuestro famosísimo coro y sus ensayos todos los domingos, las tardes enteras de catequesis a niños y más tarde a otros jóvenes centrada en la expresión de lo que Jesucristo estaba suponiendo en nuestras vidas, las convivencias con tantos y tantos momentos ricos en amistad (y otras cosillas …), aquel periódico (Claridad era su nombre) que se fue gestando en aquellas alocadas cabezas, los festivales de ancianos, las visitas a los niños del Hospital de el Niño Jesús y su teatro correspondiente, las fiestas de disfraces, la de fin de año, festivales en las Filipenses, visitas a personas necesitadas, las primeras comuniones en el colegio Santo Ángel de la Guarda, el rezo de las vísperas los lunes,…. ¡Y parecía que no hacíamos nada! ¡Qué vitalidad, señores!
    Todo esto nos estaba ofreciendo la posibilidad de empezar a intuir que en esta amistad que se daba entre nosotros había algo más grande que solo un grupo de chicos y chicas que se reunían para pasar la tarde, o el día. Un sentimiento que nos unía y que tiraba de nosotros a “ir al Centro”. Se estaba gestando una Comunidad, una comunidad de jóvenes que se mantenía a pesar de aquellos que pasaban de largo después de unos meses o un par de años: no era sólo un grupo de amigos. Jesús se estaba haciendo el encontradizo con nosotros, descubríamos que era el mismo Cristo el que nos mantenía ahí, el que nos mantenía unidos, y empezaba una Historia para cada uno de nosotros: un empezar a descubrir y madurar la fe.
    Como no dar gracias, por tanto, por estos años. Como no dar gracias a aquellos que nos ayudaron a vivirlo de esta forma, tomando nuestras manos y acompañándonos a hacer este camino. No quisiera dejarme a ninguno de ellos, porque a pesar de los afectos personales, todos y cada uno de ellos hicieron bien su labor. Desde Don Abel, como párroco y fundador, pasando por el resto de párrocos y sacerdotes que cuidaron de esta parroquia, hasta cada uno de los seminaristas y más tarde sacerdotes que estuvieron con nosotros (¡qué buena escuela!). Pero no podemos dejar sin nombrar a aquellos que fueron especialmente importantes para nosotros: Pepe García Botello y Miguel Ángel de Castro y Juan Pérez-Soba quien nos casó.
    Dios ha hecho de nosotros una familia, nos ha regalado cinco maravillosos hijos, tres de ellos adolescentes, y alguno ya empieza a caminar solo. Le pedimos a Dios que les proteja de todo mal. Esto nos hace echar la vista atrás y recordar. No podemos dejar de ver que, en medio de todas las dificultades que nos han surgido durante el camino, Dios ha sido siempre fiel y misericordioso.
    ¡Cuán grande ha sido siempre Dios con nosotros! ¡Y por eso estamos alegres!