Reunión de padres de niños de primera comunión

  • El pasado martes 1 de marzo tuvo lugar la tercera reunión de padres de niños de segundo año de catequesis de este curso. Como ya viene siendo habitual, el encuentro comenzó con una opípara merendola a base de pastas, una tarta de queso realmente espectacular y un chocolate que nos sirvió para entrar en calor ante el frío pelón que hacía en la calle.
    Enseguida Pablo abordó el tema del que quería tratar: el sacramento de la confesión.
    ¿Que nos aporta a los cristianos la confesión? No es plato de gusto para nadie acercarse a contarle a un desconocido (o a un conocido, lo que puede ser aún peor) tus faltas, aquellas cosas de las que uno no se siente precisamente orgulloso, tus problemas, tus pecados… A cambio del esfuerzo podemos recibir muchas cosas: paz, tranquilidad, nos quitamos un peso de encima, sentimos que podemos empezar de nuevo desde cero muchas cosas que se nos han torcido o que han ido realmente mal. Puede ser como una nueva oportunidad de comenzar desde el principio en muchos sentidos. Todo esto es fantástico para nosotros, pero no sería necesario un sacerdote si no hubiera algo más. Con un psicólogo o un buen amigo sería más que suficiente.
    En la confesión recibimos algo mucho más importante; recibimos la gracia de Dios. Volvemos a abrir la puerta del camino hacia El que nosotros mismos nos habíamos cerrado. La confesión es volver a decirle a Dios “sí Señor, acepto tu llamada. Quiero estar a tu lado quiero seguir el camino que tú nos enseñas”. Esa es la motivación que nos tiene que mover hacia el confesionario. Lo demás, la sensación de bienestar, la conciencia tranquila, la paz interior, la oportunidad de empezar de nuevo, todo esto viene después por la gracia de Dios. Porque cerca de Dios se está muy, pero que muy calentito.
    Debemos acercarnos al sacramento con confianza; sin miedo. El sacerdote no nos va a juzgar. No es su intención ni su trabajo. Al contrario. Lo más probable es que nos oriente, nos guíe o nos aconseje ante determinadas situaciones que podamos contarle. En este sentido, suele ser bueno confesar siempre con el mismo sacerdote, y si se tiene confianza con él, mejor que mejor. Hay muchísimas modalidades: si te da mucha cosa que te reconozcan puedes ponerte detrás de la rejilla, e incluso cambiar la voz (muy eficaz si conseguimos que el sacerdote no se muera de la risa). Si necesitas un trato más cercano asómate por el lado sin rejilla. Y si quieres hacerlo menos formal o te cuesta mucho trabajo no te cortes: acércate a la sacristía a hablar con el cura. Lo importante es que no dejes de hacerlo.
    ¿Y de qué nos confesamos? Pablo recomienda examinar tres aspectos: mi relación con Dios, mi relación con los demás y mi relación conmigo mismo.
    ¿Cómo es mi relación con Dios? ¿Cómo de lejos le tengo en mi vida? ¿Tengo tiempo para todo excepto para él? ¿Tengo tiempo para sacar a mi perro a pasear todas las noches y no tengo ni cinco minutos para hacer un ratito de oración? ¿Me acerco alguna vez a darle gracias por algo, o solamente me acerco a pedirle cosas? ¿Me acompaña en mi vida o solamente nos vemos en la iglesia?...
    ¿Y mi relación con los demás? ¿Sé perdonar? ¿Me tienen que perdonar muchas cosas? ¿Tengo presentes a los que me rodean en mí día a día o solamente pienso en mí? ¿Cómo es mi relación con mi familia? ¿Y fuera de mi familia?...
    ¿Y yo? ¿Se valorar lo que tengo? ¿Soy perezoso? ¿Indolente? ¿Cumplo mis obligaciones fuera de casa? ¿Y en casa? ¿Estoy muy apegado a las cosas materiales?...
    Y para terminar: ¿Cuando me confieso? ¿Cada cuánto tiempo? La repuesta es fácil: cuando lo necesites, cuando te apetezca. Puede ser que el ruido que llevamos dentro no nos deje oír nada más, puede ser que la lejanía del señor nos haga sentirnos tristes y fríos, puede ser que le echemos de menos o que sepamos que nos falta algo y no sepamos muy bien lo que es, o que haya pasado tiempo desde la última confesión. Puede ser simplemente que nos dé la gana que, como decía San Josemaría, es la razón más sobrenatural que hay. No importa la razón. Lo que importa es que demos el paso con confianza, sin miedo sabiendo que ese gesto nos va a acercar más a Dios; que ese gesto puede llenar nuestras vidas de algo que realmente merece la pena vivir.
    Quiero aprovechar para invitaros a todos los padres de primera comunión a participar de estas reuniones. Es una buena oportunidad que se nos brinda para reflexionar y hacer catequesis nosotros también. En definitiva para acercarnos un poquito más a Dios.